andonadando.

No sé como he podido llegar  hasta aquí. Todo ha cambiado, yo he cambiado, aunque reconozco este lugar. Estaba haciendo equilibrio sobre el alambre de espino de la razón y el corazón y, de pronto, me rompí en mil pedazos.  Y caí. A lo más oscuro de mi ser. Otra vez.

Me lo he intentado justificar de mil maneras. No iba a volver a ocurrir.  Pero tropecé en el descuido, me volví ciego, sordo, mudo. Di el pan a las palomas en vez de comérmelo. Ahora tengo hambre de vida.  De nada vale lamentarse, eso ya pasó. Toca volver a salir a flote.

Estoy sumergido en el mar de incertidumbre, espeso como el aceite, en el que cada movimiento me permite avanzar, pero resulta extenuante.  Si paro, me hundo más. Los músculos se engarrotan, el corazón se agrieta y las heridas no paran de sangrar.  Nunca me gustó nadar, mi cuerpo se entumecía y los labios tornaban azabache. Prefería estar en la orilla. Ahora no puedo evitarlo, el miedo se ha empoderado de mi alma, la confusión puebla mi cabeza. Las cadenas que me atan están frías y oxidadas. Me he vuelto a revelar, mis fantasmas se han amotinado y necesitan salir de los muros que los rodean. Siento la angustia, la asfixia, la ansiedad.

El aire se me está acabando.

Necesito salir de aquí.

Seguir nadando.

Nadando.
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17 de Noviembre. Atenas


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