Monthly Archives: October 2016

Slovenian days.

 

Llueve. No ha pasado mucho tiempo desde que llegue, y el sol apenas ha salido un par de horas. Lo echo realmente de menos. Lo bueno de los días grises es que te hacen valorar más los colores.

Salgo de Metelkova en dirección al centro social ROG, no sin antes parar a pillar unos litros, ni que decir tiene, algo en mi cabeza me dice que necesitaré traductores. Lo que antiguamente fue un cuartel militar y una fábrica de bicicletas respectivamente, hoy alberga galerías de arte, skateparks y centros sociales gracias a la acción directa del pueblo por recuperar espacios.

Llego tarde. Paso sin llamar. Dentro, sólo una cara conocida. Alrededor de diez personas están sentadas en círculo. El ambiente, mudo, está cargado de nerviosismo. Saludo y, como si de un alto mando militar se tratase, se levantan como un resorte a darme la mano y presentarse. Es inútil porque no recordaré ningún nombre. Intento entablar una conversación para romper el hielo, pero los chicos solo sonríen y asienten con la cabeza. Conozco eso, soy practicante, mi táctica favorita en los últimos meses. No me están entendiendo una mierda. Jodidas brechas lingüísticas. Pillo una silla, abro un litro y espero, no sé el que, pero espero.

La puerta se abre de nuevo y entra Rahdilki, de origen egipcio. Es voluntario en el campamento del sur de Liubliana, y hace como puente entre el árabe, el farsi y el inglés. Sigue llegando gente y terminamos juntándonos una buena vasca. Hombres del Kurdistan y Siria, pero también Afganos, Iraníes e Iraquíes. Ni rastro de las mujeres. Las palabras comienzan a fluir.

Tienen la mirada vacía, perdida, pero las camuflan con gestos de esperanza. Sonríen, no paran de sonreir, porque estan vivos. Pero han perdido absolutamente todo. Nadie se recupera totalmente de la pérdida de una madre; aquí, allí o en la conchinchina. Ver la casa donde te criaste convertida en un solar o niños huérfanos caminando sin rumbo por las calles ,son el escalofriante preámbulo de las historias que cuentan, pero que se han convertido en cotidianas. Uno de los chicos me dice entre risas, que los dos somos mochileros por Europa. Yo… yo viajando para encontrarme conmigo mismo… y tu… tu corriendo de las bombas. Me siento un grandisimo hijo de puta.

Podrían sentir odio, rabia, ira… pero la incomprensión lo acapara todo. Huyen de sus casas, el hambre les acecha y durante su peregrinación son torturados, robados, violados e incluso asesinados. Y cuando llegan a la tierra “prometida“ , se les da con la puerta en los dientes. Y mientas tanto, los medios de comunicación distraen nuestra atención con absurdos discursos europeistas, acerca de los refugiados y toda esa contienda que han montado para separar las causas de las consecuencias. No es una crisis de inmigración, es una guerra por el monopolio del petroleo, por controlar puntos estratégicos y por amedrentar gobiernos socialistas. Hasta que los esfuerzos no se centren en detener la hemorragia, la herida seguirá sangrando.

El imperialismo neocolonialista se disfraza con turbante y mata. Pero el capitalismo mata dos veces. Es el cuento de siempre. Las personas que han conseguido zafarse de la guerra son la clase media-alta que ha podido afrontar el privilegio de un viaje sin fin. Mientras tanto, los pobres siguen cayendo. Para los enfermos del darwinismo social, la mayoria de las personas que estan huyendo de sus casas son medicos, abogados, empresarios… Nahir , por ejemplo. Trabajo como traductor de la OTAN durante la invasion norteamericana de Afganistan, y fue gerente de Microsoft en Dubai. Pasó 19 días con los ojos vendados y las manos atadas a la espalda, sin saber si un verdugo del Daesh lo ejecutaría o no.

Pero ya basta con ese discurso utilitarista y rancio. Han de saber que todavía quedan lxs camareros, lxs barrenderos, lxs amas de casa, lxs vagos y lxs borrachxs… Las personas, joder, las personas, siguen ahí. Y van a seguir muriendo hasta que la comunidad internacional decida acabar con esta masacre de la que, mientras tanto, todos somos complices.

Cómplices por dejar nuestra voluntad de poder en manos de otrxs . Complices de permitir con total pasividad un genocidio de esta escala, del cierre de las fronteras y de la mercantilización de los seres vivos. Complices de criminalizar y etiquetar a las personas, de repetir sus discuros que bien recuerdan a la historia mas oscura de Europa y de seguir apoyando las políticas imperialistas y sus mercados. De mirar hacia otro lado. 

Pero no todo esta perdido.

Entre más alambradas pongan, más altos serán los gritos de bienvenida.

 

11-03-2016. Liubliana.


Cerca del mar.

Siempre quise vivir cerca del mar.

Despertarme con el graznar de las gaviotas que salen a pescar al alba o las que disfrutan del vuelo como Juan Gaviota. Escuchar las bocinas de los marineros que faenan. Respirar aire húmedo, con sabor a salitre y verano, sulfuro de dimetilo que dicen los científicos. Subir a un acantilado para perder la vista más allá del horizonte, mientras ves como el sol se despide de ti hasta mañana. Pasear descalzo sobre la arena mojada viendo como tu vida deja huella y recoger conchas de ermitaños que dejaron de serlo.

Construir castillos de arena tan cerca del agua que cuando sube la marea se destruyen y desaparecen, dejando tan solo el recuerdo de lo que fue. Como pasa con la vida de las personas. Un día te levantas y ves que toda tu realidad ha cambiado irremediablemente.

Pero lo que más me gusta del mar, son sus olas.  Que después de romper, siempre encuentran la manera de reinventarse. Como la vida de las personas.

 

Lunex. 17-09-2016. Skaramagas.


Ellenikos.

Los aeropuertos, símbolo de la fugacidad del tiempo, del tránsito de las personas, la ciudad cosmopolita que nunca duerme.
¡Qué paradójico!
Hoy, en la terminal de salidas internacionales del aeropuerto de Ellenikos, se amontonan miles de humanos.
La megafonía pide que, por tu propio interés, mantengas tus pertenencias controladas en todo momento. Ellos se encargarán de robarte.
Los vuelos hacia la Europa de la vergüenza han aterrizado, pero se ruega a los pasajeros que se queden en la sala de espera de la desesperanza. El tiempo se ha detenido para las peticiones de asilo y las reunificaciones familiares.

No puedes salir de la terminal sin tus papeles.
Papeles para rellenar papeles.
Papeles para no perder los papeles.
Tampoco puedes entrar en la terminal sin ellos.
Antes de poder pestañear, una mujer nos invita a irnos por no tener permisos del ministerio.
Hemos tirado a todas estas personas al suelo, las hemos pisado y pateado.
Al menos dejadnos tender la mano para ayudarles a levantar.
La ayuda institucionalizada es el burka de la tragedia.

A pocos metros de la pista, se erige un complejo deportivo. Diseñado para las olimpiadas de Atenas del 2004, nunca llego a estrenarse por completo
Proyectos faraónicos, demostraciones de poder. Envases de usar, a veces, y tirar.
Levantan edificios mientras destruyen hogares y familias.

Uno de los estadios de baloncesto es el mayor almacén y distribuidor de ayuda humanitaria de la capital helena.
En los vomitorios se dibujan los estrechos pasillos que son flanqueados por muros de cajas de cartón que acumulan toneladas y toneladas de ayuda humanitaria. Alzas la vista y nunca ves el principio, ni tampoco el final.
La cara más empática de la humanidad, que ama a la manada y por tanto la cuida, que crea solidaridad que no entiende de fronteras ni de nacionalidades y que sigue a un paso fijo sin detenerse para tomar aliento. Pero cuando respiras, todo se empaña.

Es el reflejo de la opulencia y la Europa del derroche.
Necesidades para cubrir necesidades.
Somos insaciables e instantáneos, el presente convertido en pasado.
Destruir para construir, para cerrar y alimentar el círculo

Esclavitud para producir.
Sangre por petróleo.
Mares que engullen personas.
Y el horror de sus consecuencias.

La pistola dispara y mata, pero ¿quién y por qué se aprieta el gatillo?

12 de Octubre. Ellenikos

 


Viajes al centro de la ti-erra

En otra ocasión, no me hubiera importado; es más, lo hubiera deseado.

Doscientas toneladas de hierro precipitándose al vacío y estrellándose contra la superficie del mar. Un golpe seco y el único recuerdo serían las patillas de titanio del hombre de delante que se levanto en dos ocasiones al servicio, y cómo no, una lista. Esta vez de pasajeros hacia el más allá.

A la mierda con sus “y si” y sus protocolos. Que necesidad tengo de explicaciones de que hacer en caso de que ocurra esto o aquello, si total, el fin sería el mismo. Quizás, haber visto Fight Club hasta la saciedad, ha hecho que me postulase de esta manera. El oxígeno, coloca. Una mascarilla colgando del techo para matar los nervios tras una caída de presión o ver un cómic de felices mujeres agarrando a sus niños y huyendo de un avión en llamas, como si no hubiera pasado nada. Quien creyó en todo eso. En caso de emergencia, decidiría morir o le pisaría la cara a esa embarazada sentada al lado de la salida de emergencia con el fin de escapar cuanto antes del avión. Al fin y al cabo, somos instinto.

Pero esta vez era diferente. Todo era diferente. Podría haber aplaudido como aquellos ancianos en viajes del inserso, que se aferran a la vida cuando la muerte les pisa los talones. Podría haber dado las gracias a toda la tripulación, por un viaje sin incidentes y por la bolsita de cacahuetes extrasalados que reparten azafatas cuyas rodillas chocan contra el asiento de adelante debido a sus largas piernas, que casualidad. Podría haber deseado “feliz estancia” a la compañera de al lado por pura cortesía y sentir acompañado a mi ego.

Sin embargo, esta vez, sonreí.

Sonreí por estar y por volver a sentirme vivo.

 

6 de Octubre. Atenas