Viajes al centro de la ti-erra

En otra ocasión, no me hubiera importado; es más, lo hubiera deseado.

Doscientas toneladas de hierro precipitándose al vacío y estrellándose contra la superficie del mar. Un golpe seco y el único recuerdo serían las patillas de titanio del hombre de delante que se levanto en dos ocasiones al servicio, y cómo no, una lista. Esta vez de pasajeros hacia el más allá.

A la mierda con sus “y si” y sus protocolos. Que necesidad tengo de explicaciones de que hacer en caso de que ocurra esto o aquello, si total, el fin sería el mismo. Quizás, haber visto Fight Club hasta la saciedad, ha hecho que me postulase de esta manera. El oxígeno, coloca. Una mascarilla colgando del techo para matar los nervios tras una caída de presión o ver un cómic de felices mujeres agarrando a sus niños y huyendo de un avión en llamas, como si no hubiera pasado nada. Quien creyó en todo eso. En caso de emergencia, decidiría morir o le pisaría la cara a esa embarazada sentada al lado de la salida de emergencia con el fin de escapar cuanto antes del avión. Al fin y al cabo, somos instinto.

Pero esta vez era diferente. Todo era diferente. Podría haber aplaudido como aquellos ancianos en viajes del inserso, que se aferran a la vida cuando la muerte les pisa los talones. Podría haber dado las gracias a toda la tripulación, por un viaje sin incidentes y por la bolsita de cacahuetes extrasalados que reparten azafatas cuyas rodillas chocan contra el asiento de adelante debido a sus largas piernas, que casualidad. Podría haber deseado “feliz estancia” a la compañera de al lado por pura cortesía y sentir acompañado a mi ego.

Sin embargo, esta vez, sonreí.

Sonreí por estar y por volver a sentirme vivo.

 

6 de Octubre. Atenas


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